Política
Quiere meter mano en la Justicia

Cambio de nombre, mismas mañas: la farsa de Vidal y el poder en la provincia

Claudio Vidal asumió con promesas de renovación institucional, mejoras en seguridad, educación y producción; palabras repetidas hasta el cansancio por todos los políticos, pero nunca concretadas.

Desde su nacimiento en 2004, OPI se posicionó como un medio pionero en Santa Cruz, sosteniendo su independencia informativa, económica e ideológica frente a los poderes políticos, tanto provinciales como nacionales.

Esa libertad le permitió a lo largo de los años analizar la realidad con espíritu crítico, lejos del fanatismo partidario.

Bajo ese principio, la línea editorial fue firme y constante al señalar los vicios del kirchnerismo, el peronismo, el radicalismo y en especial del Frente para la Victoria, símbolo del autoritarismo, la arbitrariedad política y la lógica del “tengo los votos, hago lo que quiero”.

Durante los años de gestión de Alicia Kirchner, esta mirada crítica se intensificó. La exgobernadora se recostó sobre su apellido sin advertir los cambios sociales ni el desgaste de más de tres décadas de continuidad política.

Fue esa desconexión con la realidad y la negativa a asumir errores lo que propició su derrota frente a un desconocido: Claudio Vidal, al frente del partido SER. Su llegada al poder no fue tanto una elección como una opción desesperada de un pueblo cansado.

La promesa vacía del cambio

Claudio Vidal asumió con promesas de renovación institucional, mejoras en seguridad, educación y producción. Palabras repetidas hasta el cansancio por todos los políticos, pero nunca concretadas.

Hoy, a más de un año y medio de su gobierno, el panorama evidencia que no hubo transformación sino reciclaje. El cambio fue superficial: se reemplazaron nombres, pero se conservaron las prácticas. El famoso “gatopardismo” se instaló en Santa Cruz con una claridad alarmante.

El primer paso del nuevo gobernador fue asegurarse el control de la Cámara de Diputados, condición clave para gobernar sin trabas. También se garantizó la obediencia en los municipios donde el SER o sus socios radicales ganaron.

En algunos casos, los intendentes kirchneristas resistieron, como ocurre en Río Gallegos con Pablo Grasso, pero en otros, Vidal recurrió a viejas tácticas: cooptación, presiones, dádivas y pactos opacos.

Así consiguió que dos diputados del kirchnerismo le dieran la mayoría y como premio, guardó denuncias contra exintendentes y hasta acomodó al exjefe comunal de Los Antiguos, Julio Bellomo, en su estructura. Hoy, gran parte del aparato de gobierno sigue siendo kirchnerista reciclado.

Las mismas reglas con distinto disfraz

Vidal repitió el libreto del kirchnerismo: designó a su operador político, Pedro Luxen, como cerebro de las maniobras legislativas, desplazando al vicegobernador Fabián Leguizamón al rol de figura decorativa.

Desde allí, avanza con proyectos que buscan blindar el poder y controlar los órganos de control y la justicia. Se proponen reformas para sumar vocales adictos al Tribunal de Cuentas, modificar el Poder Judicial con jueces afines y, como si fuera poco, controlar las protestas docentes con proyectos que rozan lo autoritario.

Nada parece detener esta maquinaria de poder. Si el rumbo continúa, no sería descabellado pensar en una futura reforma de la Constitución provincial con la excusa de “modernizarla”, pero con un único fin: habilitar la reelección indefinida para perpetuar a Claudio Vidal en el poder.

De la esperanza al desencanto

Treinta años de abuso político y promesas rotas llevaron a Santa Cruz a un cambio que, en la práctica, no fue más que un reacomodamiento de apellidos. Lejos de quebrar con el pasado, el nuevo gobierno demuestra que siempre se puede ir un paso más allá en la degradación institucional.

Lo que parecía un quiebre, resultó ser una continuidad disfrazada. Y lo más preocupante: en varios aspectos, estamos peor que antes. Porque cuando el “cambio” solo sirve para que nada cambie, lo que nos espera no es un futuro mejor, sino una repetición del fracaso.

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